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EL PRIMER DÍA DE COLEGIO

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EL PRIMER DÍA DE COLEGIO

MONTSERRAT AGUACIL DE NICOLÁS
Colegiada núm. 55
Barcelona, 1 de Septiembre de 2011

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Está a punto de iniciarse un nuevo curso escolar. Los diarios proporcionaran datos sobre número de niños por etapa educativa, se debatirá sobre la fecha de inicio de las clases, se hablará sobre la presencia de barracones en nuestro mapa escolar, pero, no hay que olvidar que la primera tarea del centro escolar es dar la bienvenida a sus alumnos, es acogerlos.
Esta integración se basa más en el testimonio y la actitud del profesor que en la elaboración de unos pulcros planes de acogida.


¡Bienvenido!

Sara aprieta con fuerza la mano de su madre, de sus expresivos ojos brotan unas lágrimas gruesas y su cuerpo menudo se convulsiona con cada sollozo. La madre se agacha le da un beso en la frente y le repasa el peinado, le cuelga a la espalda su mochilita, y sin mirarla a los ojos, por miedo a romper ella también a llorar, le susurra al oído que no se preocupe que en seguida la vendrá a recoger y que se lo pasará muy bien en el cole, aprenderá muchas cosas y hará muchos amiguitos. La profesora, Mireia, se acerca a ellas, mira a la madre cariñosamente y dedica a la pequeña una ancha sonrisa y una mirada tranquila, serena, que reconoce la emoción de la pequeña. La mirada de Sara interpela a Mireia y ésta le responde. Es un instante, uno solo, una sonrisa sincera al igual que una mirada franca, clara y limpia rompe muros de incomunicación.

La actitud de Mireia será esencial para que Sara se sienta acogida. Un tono de voz, unos gestos que ofrezcan seguridad, que le permiten expresar sus emociones, sus miedos y que capten también sus ilusiones serán esenciales para sentirse reconocida. Para ello es imprescindible darle tiempo, tanto a la nueva alumna, como a la profesora. Tiempo para reconocerse, para conocerse, tiempo para crear complicidades y tiempo para conseguir que el nuevo miembro del grupo sienta que forma parte de él.

Pero Mireia, no sólo ha de acoger a Sara, también ha de recibir a los que forman parte del entorno de la pequeña. Mireia se ha de poner al lado de los padres de manera que los dos agentes educativos se sientan corresponsables en el proceso de ayudar a la maduración integral de la Sara.También deberá acoger de la misma manera a los demás compañeros y compañeras de Sara.

La escuela como espacio de acogida

Una escuela no es únicamente un lugar donde se transmiten conocimientos objetivos, es un espacio único, creado en función de los niños. Las situaciones siempre son impredecibles pero precisamente por la novedad de cada instante debemos estar preparados para dar una respuesta específica, distinta ante cada situación. La formación en la escuela se efectúa también fuera de los contenidos de las asignaturas obligatorias: una metodología activa y cooperativa en el aula, una organización escolar donde el alumno tenga voz, una escuela inclusiva y una implicación de la institución escolar en la mejora del entorno son esenciales para una educación integral de la persona. El clima escolar y el testimonio de los docentes son piezas claves en este asunto.

La escuela actual, la escuela que considera la educación no como un privilegio sino como un derecho, ya no expulsa a los alumnos díscolos, ni a los más torpes, ni a los que provienen de situaciones sociales desfavorecidas, ni … La situación actual carece de precedentes históricos y configura una nueva concepción de nuestro sistema de enseñanza que aún no somos capaces de valorar en su justa medida, seguramente porque todos los que reflexionamos y opinamos sobre el tema nos hemos educado en el anterior sistema educativo, y al carecer de otras referencias, tendemos a comparar los problemas actuales con situaciones anteriores. Vivimos un momento histórico único, si somos capaces de tejer juntos los hilos de la convivencia, la acogida del otro, de ver que es más lo que tenemos en común que lo que nos diferencia seremos capaces de poner las bases para una sociedad plural.

La Declaración de los derechos de los niños, aprobada por la Asamblea General de la ONU el 20 de noviembre de 1957 recoge en su artículo 7 que El niño tiene derecho a recibir educación, que será gratuita y obligatoria por lo menos en las etapas elementales. Se le dará una educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de responsabilidad moral y social, y llegar a ser un miembro útil de la sociedad.

La escuela es hoy, por tanto, un lugar de acogida, todo niño tiene derecho a una plaza escolar o lo que es lo mismo, toda escuela ha de estar capacitada para acoger a todo tipo de alumnos. Acoger quiere decir: aceptar, admitir, recibir, proteger, amparar, asilar, atender, cobijar, guarecer, refugiar, favorecer, auxiliar. La escuela, Mireia ha de acoger a sus alumnos, pero no como grupo sino como personas individuales, con su historia y sus características. Por tanto, acogemos a la persona concreta, su voz, su rostro, sus anhelos, sus miedos. Todos los profesores con un mínimo de experiencia, todos los padres y en general todas las personas observadoras y con sensibilidad saben perfectamente que no todos los niños de tres años son iguales, ni todos los adolescentes procedentes de un nivel socio-económico alto tienen las mismas características, ni todos los chicos de ciclo medio de primaria presentan las mismas dificultades para aprender matemáticas.

En una sociedad plural y diversa, la escuela y el aula también son espacios donde la heterogeneidad es uno de los rasgos principales. Hace ya tiempo que nuestros alumnos hablan con acentos diversos y provienen de entornos y modelos familiares variados. El futuro, el mañana depende en parte de nosotros, de cómo respondamos ante los retos actuales, de cómo nos posicionemos para enseñar a mirar y a escuchar. Conocer a los niños que formarán parte de nuestro curso es lo primero que hemos de hacer. A nosotros nos toca crear el entorno adecuado para que los alumnos se sientan miembros importantes de la institución escolar a la que pertenecen.

Viktor Frankl, catedrático de neurología y psiquiatría en la Universidad de Viena, en su libro El hombre en busca de sentido (1991), relata su cautiverio en el campo de exterminio de Auschwitz. Explica como uno de los primeros objetivos de los guardias para debilitar a los presos es despersonalizarlos, así Viktor Frankl pierde su nombre y pasa a ser el preso nº 119.104. En la película el El viaje de Chihiro de Hayao Miyazaki la protagonista se encuentra con un personaje que le advierte que lo más importante es que no olvide su nombre, es decir su identidad. Reconocer en la escuela esta identidad es reconocer a la persona, es decir aceptar a Berta que es muy charlatana y siempre tiene ganas de hablar o a Mohamed que tiene unos grandes ojos negros y manifiesta una gran emoción al sentir los cuentos que en voz alta le explica su maestra o a Xavier que habitualmente llega a clase son sueño atrasado, sobre todo los lunes. Acoger al alumno es ir más allá de la etiqueta simple y siempre injusta, es apostar por la complejidad, por la sorpresa que nos depara.

Un buen profesor ha de ser un buen anfitrión

Metafóricamente, un profesor se ha de preparar como un buen anfitrión a punto de recibir a sus huéspedes. Ser buenos anfitriones en nuestra tradición judeo-cristiana es una señal de respeto, educación, cordialidad y espíritu amistoso. Sentirse atendido y acogido es básico para crecer. Siempre nos ha fascinado comprobar cómo los niños pequeños en el parque reclaman constantemente la atención de su madre: Mamá, ¡mira como subo al tobogán!, mamá ¡mira cómo me columpio solo!; el adolescente también reclama su dosis de atención ¡mira que ropa me he puesto hoy!. Lo que están pidiendo es ser reconocidos, cada uno nos lo explicita con un lenguaje, nosotros como adultos tenemos que interpretar el mensaje y aunque resulte complejo: sin juzgarlo.

Un buen anfitrión, le abre la puerta a su invitado, pero antes de eso, se prepara para poder recibirlo de la mejor manera, dándole la bienvenida, si tiene la casa desordenada la prepara antes, averigua que intereses tiene para que se sienta cómodo. Un buen anfitrión presenta a su invitado a otras personas y se asegura de que la situación resulte grata. Un buen anfitrión sabe escuchar a su invitado y le muestra interés.

El prestigioso psiquiatra Oliver Sacks narra en un libro sobre historias clínicas titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (2004), la historia de Rebeca, un delicioso relato de una joven diagnosticada de “retraso mental”. Las pruebas aplicadas sólo habían informado sobre los déficits pero no habían aportado ningún indicio sobre sus capacidades: La primera vez que la vi (torpe, tosca, desmarañada) la vi como una víctima…La segunda vez fue todo muy distinto. No la tenía en una situación de prueba, no la estaba evaluando en mi consulta. Yo paseaba por fuera (era un precioso día de primavera) me quedaban unos minutos para empezar el trabajo en la clínica vi a Rebeca allí sentada en un banco, contemplando tranquilamente el follaje abrileño, con evidente satisfacción. No había en su postura nada de la torpeza que tanto me había impresionado la vez anterior. Sentada allí con un vestido claro, la expresión tranquila, una leve sonrisa, me hizo recordar de pronto a una heroína de Chejov… Ésta es mi visión humana, frente a mi visión neurológica. Intentar ver a nuestros alumnos en su entorno, en su singularidad, en su integridad nos ayudará a conocerlos mejor y a prepararnos de manera más adecuada para facilitar su integración y evolución escolar. En este ejemplo, no ha cambiado Rebeca, lo que ha cambiado es la mirada del terapeuta. Cuántas veces, no aceptamos en toda su totalidad a nuestros alumnos y nos quedamos refugiados en sus carencias, despreciando sus potencialidades.

Pero, sentirse acogido no sólo es importante para el que llega, sino que también es gratificante para el que acoge tal como queda plasmado en el famoso cuento de Oscar Wilde ”El gigante egoísta”. El gigante disfrutaba viendo jugar a los niños en su jardín, pero cuando, mal aconsejado, les prohíbe la entrada, el gigante se vuelve huraño y su jardín se llena de hielo y escarcha, incluso en primavera. Cuando por fin vuelve a abrir sus puertas a los niños, el jardín florece y con él su dueño.

Para finalizar, en un mundo global somos co-responsables no sólo de la educación de nuestros hijos y de nuestros alumnos y por extensión de los niños de nuestro entorno sino de los niños y jóvenes de todo el mundo. Esta es nuestra única esperanza de un mundo más justo. Las trabas, las dificultades son muchas, pero vale la pena intentarlo. Nada es suficiente pero todo es necesario y el primer paso es la acogida, la hospitalidad, aceptar al otro sin prejuicios ni estereotipos; sin duda en nuestras manos está escribir un futuro u otro. En un mundo global, cada situación particular, cada persona es única e irrepetible. La actitud de la Mireia respecto a la Sara y a sus compañeros de clase ayudará a que la historia de estos pequeños se escriba en mayúscula. La acogida va más allá de los protocolos, tiene que ver poco con procedimientos administrativos y mucho con la sensibilidad de los maestros. La educación no es sólo una técnica, algo que se pueda cuantificar y clasificar, seguramente la verdadera educación tiene que ver más con el arte que con la aplicación fría de unos rígidos protocolos.


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Fecha de publicación: 1/9/2011