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J. SARRAMONA "LA PANDEMIA, UNA PRUEBA PARA LAS INNOVACIONES EDUCATIVAS"
Colegiado núm. 120Bellaterra, octubre 2020
Como he escrito en diversas ocasiones, en los momentos actuales parece que es obligatorio que las escuelas sean innovadoras. Hay encuentros de escuelas innovadoras, redes de escuelas innovadoras, etc., de manera que podríamos pensar que la capacidad imaginativa de nuestras escuelas es realmente muy grande.
No quiero entrar a analizar cuantas de las supuestas innovaciones lo son realmente o, en muchos casos se trata de retroceder a propuestas pedagógicas que ya salieron a inicios del siglo pasado, como es el caso del método de proyectos; seguramente deben ser innovaciones para el centro escolar en cuestión, pero difícilmente lo son para el conjunto del sistema. Cuesta pensar que esto mismo pudiera suceder en el sistema sanitario, por ejemplo, donde los avances se producen superando el ya conocido y compartido hasta el momento. Siempre he dicho que en el campo educativo nos pueden mucho las palabras bien-sonantes, que muchas veces nos impiden llegar al fondo de las cuestiones.
Naturalmente que siempre nos hace falta avanzar para encontrar cada vez mejores soluciones a los problemas específicos que la educación escolar plantea en cada lugar y momento, como ocurre en todos los ámbitos del conocimiento y la tecnología. Pero sin olvidar que lo importante es la solución del problema, y no los cambios metodológicos u organizativos por ellos mismos. Y los problemas educativos a resolver pueden ser de muy diversa índole: actitudinales, de relación social,… y también de aprendizaje. Por eso, cuando una escuela manifiesta que han introducido una innovación en su manera de actuar, lo primero que tendría que hacer es justificarla, explicitando los problemas que quieren resolver y argumentando, de inicio, los fundamentos pedagógicos que acrediten la propuesta de innovación. Después, naturalmente, habrá que hacer el correspondiente seguimiento de su aplicación bajo dos principios fundamentales: velar para que no haya efectos negativos para los participantes, y demostrar que el problema o problemas a resolver efectivamente han mejorado, sino, desaparecido totalmente. Tampoco es diferente de lo que sucede en otros ámbitos, ¿verdad?
La triste situación de pandemia que estamos viviendo y que no sabemos cuánto durará, ha puesto a prueba muchos aspectos de nuestra vida cotidiana, laboral, social, también de aprendizaje. Solo hay que pensar en la cantidad de personas que se han visto obligadas a redefinir su actividad laboral, adaptándose a las exigencias del teletrabajo, por ejemplo. Otro tanto ha ocurrido en el caso de los estudiantes de las diversas instituciones y niveles educativos, donde el estudio en casa se convierte en una necesidad para no perder la posibilidad de seguir los estudios. No hace falta decir que las instituciones “on line” han sido las que menos han tenido que introducir cambios, pero los docentes del resto han tenido que adquirir habilidades profesionales para atender a los alumnos fuera de las aulas. Y parece ser que la cosa va para largo.
Pues bien, esta situación ofrece la posibilidad de verificar si las propuestas consideradas innovadoras han ayudado efectivamente a los alumnos a superar más fácilmente las dificultades que plantea la nueva situación. Concretamente, se podría verificar si mantienen una mayor motivación por los aprendizajes escolares, si tienen el hábito de superar las dificultades del estudio en casa, si tienen iniciativa para seguir aprendiendo por cuenta propia, si dominan el acceso a las fuentes informativas, sean digitales o no, si adquieren y consolidan los aprendizajes propuestos, etc. Ahora es una buena ocasión para verificar, volviendo al ejemplo anterior, las bonanzas del método de proyectos que algunos centros presentan como la mejor y casi única metodología para el aprendizaje escolar.
Y dado que muchas veces se presentan las innovaciones como acciones que disminuirán, si no eliminaran, la posible inequidad del sistema, también es una cuestión que se puede verificar, advirtiendo, por ejemplo, si los alumnos con dificultades o con contextos sociales deprimidos, han superado mejor los meses de cierre de las escuelas y las posibles cuarentenas de sus aulas. Porque si la función de la escuela es preparar para la vida real, la que ahora nos toca es la de seguir aprendiendo en lugares y ritmos diferentes de los habituales.
En todo caso, la nueva situación puede ayudar a replantearse estrategias didácticas realmente efectivas para todos los alumnos, especialmente para los que más lo necesitan, más allá de modas y grandes declaraciones. El aprendizaje, hay que recordarlo, es siempre una actividad personal, si bien se puede realizar junto y con la colaboración de otros. Pero lo que realmente se pone ahora a prueba es la capacidad de cada alumno de seguir aprendiendo a pesar de que no pueda ir cada día a la escuela y no tenga el contacto directo con el docente. Digo directo, porque los docentes siempre tienen que estar presentes, de una manera u otra.
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(*) Doctor en Pedagogía, Pedagogo y Maestro. Profesor de Pedagogía en la Universidad de Barcelona y de la Universidad Autónoma de Barcelona. Catedrático de Universidad des del 1983. Entre el 2006 y en el 2014 catedrático Honorífico de la Universidad Autónoma de Barcelona. Presidente del 1r. Consejo Social y miembro de la Comisión de Deontología del Colegio de Pedagogos de Catalunya. Autor de innumerables publicaciones sobre pedagogía i educación. Se puede consultar su trayectoria pedagógica i educativa en www.sarramona.net
Fecha de publicación: 10/10/2020