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A LA VUELTA DE LAS VACACIONES ESTIVALES

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Jaume Sarramona López [i]
Colegiado núm. 120
Bellaterra, setiembre 2019

 

Volver de las vacaciones y recuperar hábitos, un esfuerzo que hay que iniciar unos días antes del inicio escolar. La vuelta a la rutina facilita la vida y deja espacios para actividades superiores y de reflexión, como valorar qué conservar y qué cambiar con nuestra capacidad de decisión. Tanto a nivel personal como institucional, empezando por las escuelas, naturalmente.



Las vacaciones propician la ruptura de hábitos cotidianos, no en vano desaparecen las obligaciones que comportan los horarios laborales y escolares. Esto forma parte del mismo concepto de vacaciones, sin que esto conlleve siempre un mayor descanso, ciertamente; sólo hay que fijarse en los horarios y las actividades que se imponen en ciertos viajes organizados o en la realización de proyectos personales, como hacer el Camino de Santiago, por ejemplo. Así se explica el deseo que muchas veces nos invade de volver a casa "para descansar".

El caso es que al volver de las vacaciones necesitamos recuperar los hábitos que nos facilitan la adaptación a una vida con obligaciones horarias, responsabilidades profesionales, atenciones familiares y sociales, etc. Y esto siempre supone un esfuerzo, que resulta aconsejable iniciar un par de días o tres antes del inicio del nuevo periodo laboral o escolar. Se llega a hablar incluso del "trauma postvacacional". Sin necesidad de dramatizar la situación, si podemos hacer algunas consideraciones.

Alguien podría pensar que los hábitos rutinarios no son de ayuda para una vida reflexiva, que conducen a la monotonía e impiden la creatividad, la innovación, que es necesario romper aquellos hábitos que nos impiden desarrollar nuestra capacidad creadora. Y, efectivamente, la rutinización de todos los ámbitos de la vida se convierte en un empobrecimiento de la misma, si bien frente a un deterioro mental se erige en una ayuda y en una garantía de seguridad. Pero vamos a situaciones de normalidad.

No podemos menospreciar el papel que realizan los hábitos cotidianos para facilitarnos la vida, y así dejarnos espacios para realizar actividades de nivel superior, empezando por la reflexión personal. Si constantemente cambiamos estos hábitos, igual que el sitio donde dejamos las cosas, la manera de organizarlas, los itinerarios seguidos, etc., tendremos que invertir una elevada cantidad de esfuerzo para aprender de nuevo, en detrimento de otras actuaciones posibles. Esto sin olvidar el sentimiento de seguridad que también nos proporciona el domino de nuestro entorno de una manera fácil. Pongamos un ejemplo: Cuando ya conocemos bien el itinerario a seguir para ir a un sitio, mientras lo hacemos podemos estar pensando en un problema pendiente de resolución, en un proyecto nuevo, etc. Si realizamos un itinerario nuevo, probablemente su ejecución nos absorberá completamente. En el primer caso nuestro cerebro actúa como un piloto automático, y en el segundo tiene que estar atento a aquello que es desconocido y necesita toda su atención.

¿Esto quiere decir que no tenemos que cambiar nunca nuestras rutinas?. En absoluto. Resulta muy aconsejable dar ilusión a nuestras vidas mediante retos nuevos, que obliguen a nuestro cerebro a aprender cosas nuevas, pero dejando siempre margen para poder reflexionar a ratos sobre las ya aprendidas, para hacer proyectos nuevos, para analizar la realidad tan compleja que nos envuelve. Se trata de valorar en cada momento qué merece la pena conservar y qué merece la pena cambiar, conservando siempre el dominio de nuestra capacidad de decisión. Innovar por innovar no lleva a ningún lado, ni a nivel personal ni institucional. Porque lo que se ha dicho anteriormente para las personas es válido también para las instituciones, empezando por las escuelas, naturalmente. Innovar por innovar no tiene sentido, gasta energías y puede conducirnos por caminos inciertos; esto suponiendo que en efecto sea una innovación. De esto ya hable en el PUNTDEVISTA 2[ii].

La vuelta de las vacaciones, como al inicio del año, suele propiciar el establecimiento de buenos propósitos respecto a hábitos alimenticios, de actividad física, de nuevos aprendizajes, cambios actitudinales,... Y es que para muchos de nosotros los años van más de setiembre a setiembre que de enero a enero. Esto da la oportunidad de hablar en familia e involucrar de alguna manera a todos sus miembros, cada uno desde su vida personal y de relación. Después se puede establecer un cierto compromiso de seguimiento colectivo de los buenos propósitos planteados, lo cual ayuda a apoyarse mutuamente y a fomentar la comunicación interpersonal. Amigo lector, amiga lectora, ¿en que buen propósito has pensado?. Yo, entre otros, el de mantener esta comunicación afinado al máximo el equilibrio y el respeto hacia todo el mundo, a ver si soy capaz.

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[i] Doctor en Pedagogía, Pedagogo y Maestro. Profesor de Pedagogía en la Universitat de Barcelona y de la Universitat Autònoma de Barcelona. Catedrático de Universidad desde 1983. Entre el 2006 y el 2014 Catedrático Emérito de la Universitat Autònoma de Barcelona. Presidente del I Consejo Social del Col·legi de Pedagogs de Catalunya. Autor de innumerables publicaciones sobre pedagogía y educación. Se puede consultar su trayectoria pedagógica y educativa en www.sarramona.net

[ii] Blog www.sarramona.net

Fecha de publicación: 9/9/2019